Cada historia es única y diferente de las demás. He tenido muchos pacientes que han experimentado depresión, angustia, rabia, enojo, y otras emociones. Recuerdo especialmente a un paciente que estaba pasando por un duelo tras una ruptura amorosa. Llegó destrozado emocional y físicamente a mi consulta. En nuestra primera sesión, me preguntó si había alguna posibilidad de curarse, porque ya no quería vivir. Lo miré directamente a los ojos y le aseguré que lo que estaba experimentando era algo que todos enfrentamos en algún momento, y que lo guiaría en este proceso. Él me miró y comenzó a llorar. Así empezamos nuestro trabajo juntos. En cada sesión, él expresaba sus sentimientos y trabajábamos en ellos. En la quinta sesión, me abrazó y me dijo que todo lo que habíamos trabajado hasta ese momento no solo le había servido para ese momento en particular, sino para toda su vida. Me llenó de alegría escuchar eso. Pasaron los meses y, en el tercer mes, le dije que lo veía mucho mejor. Él me respondió que era gracias a lo que habíamos trabajado en las sesiones, y que ahora se sentía más tranquilo consigo mismo. Lo miré a los ojos y le dije que él mismo se merecía un abrazo, porque había logrado hacer este cambio en su vida.